Penitencia (6)

una opereta espacial
de la mano robótica Milano v02

Capítulo VI

Dodzi

Avanzamos durante algunos minutos por aquel pasillo, muy parecido al anterior. Estábamos alerta, recelosos. Asustados. Nadie medió palabra. Tsudo caminaba como poseído.

Una puerta con forma de triángulo con los vértices truncados daba fin al corredor tras girar una esquina. Una mancha oscura causada por fuego o una potente detonación asomaba bajo esa puerta elevable. Zarandear aquel tubo fluorescente para distinguirnos como amigos fue suficiente para que se abriera y nos descubriera aquel horror.

Estábamos en un distribuidor con planta de Te mayúscula. La puerta de la izquierdas estaba deformada desde su centro atestiguando alguna potente explosión. Era impracticable. Había señales de láser y fogonazos en todos los paramentos ultraplástico. Algunas luminarias seguían funcionando, otras se habían derretido o simplemente no funcionaban. Las sombras consecuentes arropaban aquella escena sobrecogedora. Se contaban tres cuerpos inertes. No eran humanos pero sí humanoides. Tenían el cráneo alargado, sin cuencas para órbitas oculares. Las extremidades superiores llegaban casi a la altura de los gemelos y acababan en cuatro dedos, uno de ellos oponible. La mayoría no superaría los ciento sesenta centímetros desde la planta de los pies hasta la cúspide de la cabeza.

Uno de los cadáveres estaba totalmente calcinado, lo que facilitaba adivinar su estructura ósea. Otro presentaba traumatismos varios y su uniforme, claramente militar, presentaba manchas verdes con aportaciones parduzcos que evidenciaban la pérdida abundante de fluidos vitales. Aquellas criaturas sangraban. Una mano izquierda descansaba sobre el suelo, a medio metro del brazo a la que perteneció. El tercer cuerpo estaba clavado en la pared, atravesado por un arma metálica tubular que lo sujetaba por el vientre en una postura ridícula con ambos brazos rígidos asiendo la parte trasera del venablo. Su uniforme era diferente. Bajo sus pies había un charco seco de iguales colores que las manchas del otro muerto.

El cinto de este individuo albergó en su día un arma no muy diferente a la que mis compañeros empuñaban ahora, asustados. Instintivamente se formó un círculo para mantener bajo vigilancia todas las puertas, incluidas la inservible y la que acabábamos de franquear. No pude contener las lágrimas y tuve que hacer unos movimientos bruscos pues no podía limpiarlas sin abrir el visor del casco. La monja y Tsudo estaban claramente afligidos también. El rostro de Dolores reflejaba a la vez miedo y odio. Podía ver cómo se encorvaba presta a saltar contra cualquier enemigo.

Había también restos de chatarra: unidades y drones inservibles; trozos de armas y sinte-telas (o algo similar) desparramadas por toda la estancia. Mina entendió que algo que había en el suelo era una suerte de rifle y lo cogió instintivamente sin plantearse si sabría usarlo. Arma grande, gran destrozo y dolor en el enemigo. Me di cuenta de que llevaba demasiado tiempo sin tomar aire, absorto en aquel espectáculo de destrucción que no terminábamos de entender.

Sólo podíamos avanzar hacia la derecha. Avanzar hacia lo desconocido o volver sobre nuestros pasos.

Dolores

Los uniformes eran diferentes. Dos facciones enfrentadas. ¿Invasión o guerra civil? ¿Algún tipo de actividad terrorista? Debí ser a gran escala como atestiguaban los amasijos de naves destruidas que encontramos al tomar tierra en la estación.

Las historias de la guerra fratricida entre wei y csu hablaban de paganos salvajes, asesinos desconocedores de las leyes de los Tres. Siempre las consideré parábolas sin arraigo en la Historia o; fábulas que nos advertían de los peligros de negar la autoridad de las clases gobernantes del Imperio, de la bondad de la docilidad y del mal de la violencia.

Como prueba de todo aquel pasado envuelto en pecado y dolor solo se conservaba una especie de arma blanca ritual en la Sala de los Perdones de la Basílica del Santo Orador en el plantea Dieh II. Muchos historiadores y arqueólogos dudaban del origen del objeto. Y nadie podía presentar ninguna otra evidencia, más allá de las enseñanzas de los Textos Únicos, de la existencia de estos pueblos desaparecidos. Por supuesto nadie imaginó que no fueran humanos como nosotros.

Aquel objeto ritual justificaba la obediencia a los preceptos sin los cuales los hermanos se enfrentaban entre sí y las madres morían a manos de sus propios hijos. Aquellos pueblos olvidados no abrazaban la fe y cometieron crímenes atroces contra los Tres y contra ellos mismos. Más de un relato pintaba a esos wei como demonios viciosos incapaces de cualquier acto bondadoso.

Cuando se me ocurrió preguntar si los santos profetas verían con buenos ojos los arrestos de deuda del Dominio Primero me gané la primera de las muchas visitas al guía de conciencia del seminario. “Dolores, no corras,” me decía siempre, “todo se entiende con el tiempo y pureza del alma. Céntrate en aprender cada lección antes de empezar la siguiente.” Fueron muchas las noches sin cena para poder reflexionar mejor con ayuda del ayuno.

Y estábamos ahora ante la prueba irrefutable, ahora sí, de aquel conflicto mítico. La pérdida masiva de vidas valiosísimas que defendían valores horribles. No podía dejar de preguntarme si quienes empuñaban las armas en el frente verdaderamente compartían dichos valores o, sencillamente, se veían empujados por los poderosos a defenderlos en primera línea pagando con sus propias vidas.

La puerta de la derecha se alzó súbitamente descubriéndonos una sala enorme. Desde el distribuidor podían verse más y más cuerpos sobre el suelo. No menos de tres docenas de aquellos humanoides muertos en diferentes estados de degradación. Todas las luminarias e indicadores de las computadoras brillaban con intensidad. Al menos aquellas que no habían recibido impactos ni habían ardido.

Apoyada por encima de todo lo demás en la pared más grande de la sala, visible desde todos los rincones, podíamos ver nuestra nave en una pantalla enorme. Captada desde diferentes ángulos, inerte y silenciosa, permanecía protegida por aquella tienda de seguridad con la que los robots, fieles a su programación, intentaban una posible infección debida a microorganismos extraños.

Sorteando los cuerpos y los restos de armas, máquinas y drones Mina se acercó a la consola que, imagino, entendía principal. Hizo girar una esfera cuya mitad superior sobresalía de la tapa superior de la mesa. Toda la sala quedó ahora completamente a oscuras antes de iniciar el testimonio holo-tridimensional de los últimos acontecimientos en esta estancia.

Me encomendé a los Tres. Íbamos a presenciar un registro completo de aquella horrible matanza.

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