por Juan Milano
Capítulo III
Dolores Puente
La estación quedó completamente a oscuras durante unos breves segundos. Las balizas anaranjadas de la pista que acababa de ser identificada con el nombre de Kirbra Talagh aparecieron como ojos de fieras en la noche, intermitentes a intervalos cambiantes. Mantenían un patrón ininteligible para nosotros.
Mina y Tsedo estaban en la cabina de pilotaje sin mediar palabra. No cabía duda de que Mina era la mejor en lo suyo y ese silencio demostraba que tenía todos los sentidos centrados en la tarea. Tsedo sabía acoger su posición de segundo y se contagiaba de esa precisión como si leyera la mente de la tecnóloga. Al verles manipular los controles del vehículo hackeado podría apreciarse una coreografía minimalista y bella al ritmo de los chivatos del panel de control.
Dodzi miraba por el ojo de buey, recorriendo ese mundo interior en el que parecía deambular siempre.
Dediqué los minutos previos al contacto con la atmósfera artificial a recalibrar los aparatos de análisis de superficie. No fui capaz de detectar actividad biológica ni en la estación ni en la nave de recreo. Esta orbitaba sujeta a una fuerza tractora proveniente de la primera. Las luces del vehículo penitenciario fuera de la cabina se apagaron. Al romper la atmósfera, restablecidas todas las funcionalidades en toda la nave tras ese momento crítico, empecé a detectar tránsitos de energía propios de automatismos y maquinaria en funcionamiento. Posiblemente contarían con una fuente de energía estable o alimentasen toda la instalación con luz de alguna estrella solar. Podríamos suponer que la programación de los moradores ya desaparecidos permanecería más o menos intacta.
Cuando apenas quedaban unos kilómetros para llegar a la pista de aterrizaje la nave encendió las luces exteriores para facilitar la maniobra. Vimos los canales tenuemente iluminados y los raíles de vehículos automatizados. Las construcciones de formas geométricas se intuían poco prácticos, construidos en un ultrametal levemente iridiscente que jugaba con los volúmenes al ser acariciado por nuestros faros. Al acercarnos a las torres más altas, los efectos de disparos, explosiones y fuego eran más que evidentes. Cascotes invadían los pasos de peatones y más de un pasaje de conexión entre edificaciones había quedado reducido a polvo. Ya en el espacio-puerto nos recibieron amasijos irreconocibles de neo-plast y ultrametal cubiertos por finas películas de algo que parecía hielo; los rastros y manchas del suelo denunciaban que esos vehículos habían sido trasladados mecánicamente. Se adivinaba una geometría fría y calculadora creando un embudo que nos dirigía a la pista iluminada por las balizas. Los evidentes socavones y cráteres habían sido parcheados con liquimetal o algún producto similar pero las superficies no habían sido embellecidas o limpiadas más allá de la necesidad funcional.
La sacudida me sacó de mis pensamientos. Estábamos recorriendo la pista y los contrapropulsores forzaban el frenado para acortar el recorrido rodado, los paracaídas traseros ayudaban también a perder velocidad. Tras algo menos de quince segundos estábamos completamente quietos. Las luces de la estación se encendieron al unísono en un destello cegador e intimidante que revelaba el plomizo volumen, aparentemente macizo, de las construcciones que nos rodeaban. Una señal acústica acompañaba el movimiento de unidades automatizadas que se acercaban al vehículo. No fui la única en la nave en echar mano al cinto para liberar la sujeción del arma y quitar el pestillo de seguridad.
Luz tropical
Desde el ultravidrio panorámico de la nave de recreo podían verse luces encendiéndose y apagándose. Podía adivinarse el recorrido del vehículo penitenciario atendiendo a los pequeños destellos disparados por los sensores de movimiento en la superficie de la estación. El trazo firme e inteligente del vuelo del vehículo habría suscitado comentarios y alabanzas de quienes disfrutaran del pilotaje.
Las cámaras exteriores de hiperaumento fueron testigos de los protocolos estándares de ingreso de vehículos de los automatismos de la estación wei. Las pantallas lo mostraban al detalle.
Seis unidades robóticas movieron e instalaron los elementos tubulares que permitían el paso seguro y a cubierto desde el vehículo hasta la torre de admisión. Eran unidades motorizadas que se desplazaban sobre cintas que giraban alrededor de un trapecio que contenía varios rodamientos móviles para evitar caídas por suciedad o irregularidades del terreno. El torso cónico y las tres pinzas articuladas daban un aspecto vagamente humanoide pero inconfundiblemente artificial. Coronaba cada unidad un orbe de ultravidrio oscuro con sensores de luz y movimiento funcionando en trescientos sesenta grados a modo de parodia de una cabeza.
Las unidades que acomodaron la tienda de resguardo vehicular eran similares pero no iguales: medían aproximadamente un metro y medio más de altura y cada uno de los cuatro brazos articulados terminaban en tres pinzas más pequeñas. Construían la tienda con paños de flexiplast transparente montados sobre una estructura de hipermetal anodizado.
Ensamblaron la estructura y colocaron el flexiplast en menos de veinte segundo en una operación en la que los automatismos no ejecutaron ni un movimiento que no fuera imprescindible. Un vehículo pequeño y de aspecto tosco maniobró rápidamente para introducir una manguera en el paño que estaba preparado para ello. Durante siete coma dieciocho segundos inoculó en el receptáculo recientemente creado un gas espeso para garantizar que el casco de la nave no tuviera microorganismos nocivos o elementos radiactivos adheridos al fuselaje.
Los robots más altos desmontaron la tienda de resguardo en un plazo de tiempo exactamente igual al empleado en montarlo. Un último modelo de autómata humanoide se acercó a través de la pasarela tubular al vehículo recién aterrizado con un tubo de plástico fluorescente sobre una bandeja. Esperaba pacientemente a que los viajeros se decidieran a desembarcar.
Todo esto quedó grabado en la unidad de memo-vídeo además de mostrarse casi en tiempo real en los monitores interiores de la nave de recreo Luz tropical. Pero nadie lo vio al encontrarse la nave completamente vacía.