Por Juan Milano Escar
Iba cantando y bailando por el prado. Llevaba en la mano la cestita con dulces y miel para Iriak y su padre. Ianara sonreía, saludaba a todo el mundo. Los tíos Anuak y Lovolo con los primos revoltosos. Anura y su novia Shirá. La vieja Desdentada y los hermanos Lengüaraces. Ianara daba saltitos alegres y despreocupados. Tenía cinco años. Era la única ahí que no sabía que el mundo se acababa ya.
Estamos en el mes de noviembre del año 999. La mayoría de la población de las tierras de Oï está convencida de que el próximo enero un temible cataclismos traerá el final de Milenaria, un mundo medieval-fantástico no muy diferente al nuestro. Aunque hay magia. E individuos, conocidos como iconos, capaces de decidir el destino de pueblos enteros. O al menos de intentarlo. Muchas veces sus intereses chocan y los peones de unos u otros frustran sus planes. A veces hay guerras. En ocasiones, imperceptibles cambios en las balanzas del poder en un lejano reino. Hay sectas invisibles cuyas acciones se dejan sentir más allá del plano material. Reyes mueren por las manos de sus propios hijos; dioses pierden a sus adoradores y caen en el olvido.
Y el tiempo avanza inexorable. Se han erosionado montañas, se han fracturado contientes, se han sumergido islas… Y ahora llega el final de los días.
¿Conseguirá algún icono sobrevivir al final del milenio?