[del libro del Milenio Viejo, extracto del libro III]

por Juan Milano

I

El planeta Milanera es antiquísimo. Nadie sabe cuánto.

Desde el Vacío nacieron los Elementos. El Demiurgo los ordenó para dar forma al planeta, con sus montañas, sus ríos y mares y sus cielos. Plantó semillas de sangre que germinarían en vida: animales y plantas. Luego enseñó a los monos a andar erguidos y hablar. Según la especie los llamó elfos y enanos y estos crecieron y procrearon y araron las tierras.

II

Los milenios se sucedían y elfo y enanos demostraron ser violentos: mataban sin necesidad, sin hambre y disputaban sobre el territorio como si fuera suyo y no de la Naturaleza. Pero el Demiurgo no dijo nada, solo observaba.

III

Iway, diosa de la llama nació de un volcán. Descendió a caminar por Milanera y la muerte y la destrucción que sembraban elfos y enanos la llenó de tristeza y rabia. Ofreció un pacto a estas criaturas: si juraban mantener la paz durante mil años les daría el don de la palabra. Con ella podrían comunicarse. Pero ambas especies eran orgullosas y solo accedieron con la condición de que ambas sangres tuvieran su propio verbo, ininteligible para los otros. Y el poder de la magia invocado por Iway movió el Sol del cielo que desde entonces permanece en movimiento alrededor del mundo, dejando las noches iluminadas por Luna, su hermano menor.

IV

Y elfos y enanos cumplieron su palabra de la única manera que sabían: separándose en tierras lejanas para no verse unos a otros y prosperar sin conocimiento de la otra sangre. Y el Demiurgo sintió que sus hijos se separaran pero no hizo nada, solo observaba.

V

Y Iway siguió vagando, conociendo las plantas y los animales de Milanera y una noche vio nacer a una criatura, una fémina – ni elfa ni enana – que surgió del interior de un árbol que gritó al parir. E Iway la alimentó con su pecho y le dio la palabra. Y la criatura dijo con su primeras palabras: no eres mi madre y no te quiero. Déjame estar sola. Y la Solitaria vagó desde entonces buscando el silencio y la paz que solo encontraba al ausentarse otras criaturas. E Iway lloró desconsolada dando forma a los ríos Auges y Adinachiestvo. De sus aguas surgirían los primeros dragones: Odio y Rabia. Y el Demiurgo tuvo miedo por sus criaturas pero no hizo nada, solo observaba.

VI

Los primeros dragones asolaron la tierra. Quemaba Odio con su aliento y cubría de hielo Rabia con su grito, todo perecía a su paso. Y los elfos, que gestaban larga y dolorosamente antes de parir, exploraron la palabra y dieron culto a Atramaxma, que había surgido de las entrañas de una enorme roca.

Y con sus propias manos Atramaxma transformó a unas matronas elfas. Aguó su sangre, redujo su estatura y las desproveyó de su gracia. Y parieron criaturas débiles y de corta vida pero fértiles como liebres. Y como no entendían el verbo, Atramaxma les dio su propia lengua y los llamó humanos.
Los elfos no los reconocían como su sangre y los usaban como esclavos y con ellos alimentaron el más grande ejército que jamás pisase Milanera. Y marcharon contra Odio y acabaron con su vida pereciendo centenares de humanos en la batalla. Y Rabia se ocultó en el Norte para salvar la vida.

VII

Mas los elfos, altivos y orgullosos, no liberaron a los humanos, a quienes depreciaban, y no volvieron a adorar a Atramaxma, pues su ayuda ya no era necesaria. Los hombres y las mujeres acarreaban los peores trabajos y perecían como bestias bajo el yugo élfico. Y el Demiurgos sintió pena al ver la crueldad de sus criaturas pero no hizo nada. Solo observaba.

VIII

Los enanos aprendieron a escribir: trazaban sobre arcilla runas que se transformaban en verbo. Así transmitían la memoria de unos a otros. Y a todos los enanos de Milanera les llegó el recuerdo de las guerras con los elfos. Y el odio apagado se avivó en sus corazones. Y desearon acabar con los de la otra sangre. Y secuestraron a Iway y la envadenaron en la Piedra de la Sangre, en el interior del mundo y lava brotó de sus ojos al saberse traicionada.

Y los ejércitos enanos marcharon desde todos los confines para derrocar a los reyes elfos. Y juraron lealtad a Atramaxma, padre de los Hombres, y sus pasos hicieron temblar el mundo. Y las criaturas buenas lloraron estremecidas al oír las trompas de guerra. Y Milanera se consumió bajo las llamas de las guerras y el llanto era la única canción.

IX

Hubo revueltas entre los humanos, se liberaron del yugo élfico y huyeron a los bosques. Y murieron enanos y elfos por miles y sus cadáveres alimentaros los huertos. Y el Demiurgo gritó. Y todo quedó en silencio. Elfos y enanos, pocos ya, quedaron detenidos, avergonzados. Y el Demiurgo dejó caer a la tierra el Libro-espejo y se marchó para siempre.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *